viernes, 19 de abril de 2013

Fiesta en la cocina

Un día creí que había perdido mi alma. Y lo que sucede es que, muchas veces, me desborda. Es como si tuviese vida propia. Me desobedece, se sale, se pierde. Y, cuando me reconoce, vuelve. Con la frente marchita, y una disculpa. Me cuesta cogerla de la mano, es de aire, y se me escurre entre los dedos. Y paso tanto frío en su ausencia, la he buscado tanto fuera. Pero de repente se acerca, sigilosa, sin que la vea. Acaricia mis manos, y me abraza por la espalda. Me susurra al oído que nunca quiso abandonarme,  que nunca quiso herirme. Que fue mi mano quien la desterró un día de su reinado, hace tanto que ni lo recuerda, y que ella aprendió a vagar. Me hace llorar, la echaba tanto de menos, porque fue así como yo comencé a sentir esta angustia, esta búsqueda incansable, esta sensación de pérdida. El mirar sin ver, el no reconocerla cuando ella quería quedarse conmigo. Pero cuando vuelve, hay fiesta en la cocina. Y hace que todo vuelva a brillar. Me río cuando voy por la calle, me hace reír y llorar, la gente se me queda mirando, seco las lágrimas, y me río más. Hay que tener el espíritu muy templado para afrontar semejante fuerza. Si por ella fuera, siempre estaría jugando. Me está enseñando a jugar...

Tendida en el suelo, me miro en tus ojos. 
Bruja volandera, tú me sobrevuelas. 

Estás aquí, Ana... no tienes miedo. 
Estamos todas, todas contigo. 
(Final de Caótica Ana)

1 comentario:

  1. Lirico, intimista, diafano. Es un muy buen texto, siempre dentro de tu yo y tus circunstancias. Merece la pena cpnocer estos retazos de poesía extraida de la madriguera de tus duendes, pero cuenta con que tus relatos te delatan, y debes elegir entre aventar tus contradicciones o comertelas sola. Yo me inhibo. Tu decides.

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