sábado, 24 de noviembre de 2012

La llama que quería ser cerilla

Los fueguitos saltaban y bailaban, reían sin cesar, conscientes del río de la vida que iban dejando pasar. Así que, mientras tanto, al observarlos, la llamita, -el fuego pequeñito-, se dio cuenta de que no podía seguir esperando, soñando... y fue consciente de que tenía que jugar. Que de nada servía pararse y mirar, deseando otras fogatas, otras hogueras compartidas donde poder acabar convertida en cenizas de felicidad. No veía cuánto necesitaba dejar de imaginar, de pensar... y aceptar su destino, fuera el que fuera, sin esperar nada, sabiendo que éste estaba lleno de sorpresas, aunque ella aún no pudiese verlas. Pero era justo para el mundo que dejara que su llama brillara como las demás. No tenía que tenerla reservada para un futuro, próximo o lejano, para un mundo que ni siquiera sabía si existía. La llama quería aprender a jugar, de nuevo, como cuando aprenden los niños pequeños. Siempre había estado muy ansiosa por jugar, sin entender que cada uno tiene su momento, y que no podía programar el suyo. Te llama sin avisar. Por eso, mientras tanto, y por si nunca llegara, la llama decidió no dejar de saltar, de bailar, de cantar. Y el resto de fogatas, de fogones, no puedieron dejar de admirar su brillo, en todo su esplendor.


Inspiración: Fueguitos de Eduardo Galeano, la historia de Palillo y Cerilla de Tim Burton, Heráclito y su río, una noche en Shantí Vasundhara, el río de mi vida, y la elegancia de mi amiga Veronica