martes, 23 de abril de 2013

París era una fiesta



"Judit y Salomé son dos variedades que hallamos en el tipo de mujer más sorprendente, por ser el más contradictorio: la mujer de presa.
La planta de Salomé nace sólo en las cimas de la sociedad. Su educación, en un ambiente de prepotencia, ha borrado en su espíritu la línea dinámica que separa lo real de lo imaginario. Como para ella desear es lograr, han quedado atrofiadas en su alma todas aquellas operaciones que los demás solemos ejercitar para conseguir la realización de nuestros apetitos.
Las energías, de esta suerte vacantes, vinieron a verterse sobre la turbina del Deseo, convirtiendo a Salomé en una prodigiosa fábrica de anhelos, de imaginaciones, de fantasías. En la mujer esto es sobremanera insólito, pues suele encontrar lo deseable entre las cosas reales.
Salomé entrega su persona a un fantasma, a un ensueño de su propia elaboración. De esta suerte, su feminidad se escapa por una dimensión imaginaria. El caso se repite invariable: toda Salomé arrastra en medio de la opulencia una vida malhumorada, displicente, y macerada por la acritud. Echa de menos el soporte material sobre el que pueda descargar su creación fantasmagórica.
Un día de entre los días, por fin, cree Salomé haber hallado en tierra la incorporación de su fantasma. Sólo se parece a su ideal en que es distinto de los demás hombres. Las Salomés buscan siempre un varón tan distinto de los demás varones, que casi pertenece a un nuevo sexo desconocido.
Juan Bautista es un hombre de ideas, un homo religiosus. La tragedia se dispara, inevitablemente, como una reacción química de índole explosiva. Salomé ama a su fantasma, a él se ha entregado, no a Juan Bautista. Es éste meramente un instrumento para dar a aquél corporeidad.
La mujer normal, no se olvide, es lo contrario de la fiera, la cual se lanza sobre la presa. Ella es la presa que se lanza sobre la fiera. Ved por qué, como otras llevan un lirio entre las manos, ella lleva una cabeza segada entre sus largos dedos marmóreos. Rítmico el paso, ondulante el torso, corvino el rostro hebreo, avanza por la leyenda y se inclina su alma con un rapaz encorvamiento  de azor o de neblí. Este es el trágico flirt entre Salomé Princesa, y Juan Bautista intelectual". (José Ortega y Gasset, esquema de Salomé en El espectador).





No hay comentarios:

Publicar un comentario