jueves, 28 de febrero de 2013

La madre de Bob Dylan

La belleza nunca debería estar triste.
Pero es como si la luna se hubiese olvidado de ella.
Caen lágrimas mientras alumbran las velas encendidas,
 y se acaban las copas de vino,
y todo el mundo está atento, nadie se da cuenta,
 y te sonríe a ti, que conviertes el dolor en caricias.
 A todos nos une lo mismo, tan juntos,
 y tan lejanos entre nosotros.
Venimos a rozar el cielo desde tu voz
desde nuestros sueños inconclusos y frustrados
desde la búsqueda a oscuras, en la incertidumbre.
y nos acercamos a ti, para sentirnos unidos,
cercanos, por una vez,
cuando podemos cogernos de la mano,
porque entendemos por fin, lo que decía la madre de Bob Dylan.

(Fuentes: concierto de Carlos Chaouen, el fragmento de la canción Seré: 
"...Menuda marea que tengo en la espalda.
Menuda cabeza, ¿Quién me la guarda?
Menuda insistencia que tengo en la espalda
Menuda cabeza, ¿quién me la guarda?
Menos mal que tengo la luna prisionera dentro de mi corazón, 
por si alguna vez me falta el fuego, encenderlo con su voz".

Y las palabras de la madre de Bob Dylan: Hay que ser amable con todo el mundo, porque todos estamos peleando con la vida.)

jueves, 21 de febrero de 2013

Para las buenas estrellas

Siempre hubo personas que hiceron de su vida una obra de arte.
No porque consigan triunfar a la primera de cambio, o porque tengan las soluciones a la vuelta de la esquina,  ni porque encuentren los resultados esperados en el momento en que los desean. No.
La vida por lo general se concibe como una lucha en la que sólo se gana venciendo a un adversario. Tal vez Heráclito tenía razón y lo que Pitágoras veía en la música no era armonía, y en realidad es una pugna de madera y cuerdas, una tensión constante.
Y es que nadie hace una lista al nacer de las cosas que quiere, de cómo desea que sea su vida cuando se haga mayor, y si la hacemos, tampoco ocurre así luego, por lo general.
Y a pesar de eso, siempre hubo quien se movió como pez en el agua en la adversidad, en el ir y venir, a contracorriente, como salmones que no se quejan, que no suspiran, y no se pelean con esas olas que dificultan su nado. Personas que convierten la pugna en armonía. En su vida y la de los que tienen cerca. Mientras los demás, señalamos la tensión, la violencia de los acontecimientos, aferrados a la frustración por un devenir que no hemos elegido.
Las buenas esntrellas, en cambio, aguantan, no decaen, no se quejan, son responsables, no víctimas, y aman, aman de verdad. Aman la vida, y todo lo que ella conlleva. Se ríen de las desgracias (cuando se puede) todo les parece cómico (mientras se puede) y cometen actos heróicos, artísticos, todos los días. Con sus hijos, con sus amigos, una vez que ya tienen tomadas las riendas de su vida por completo. Una vez que han corrido las carreras internas, personales, y pueden hacerse cargo de los que aún no hemos aprendido a nadar. Y nos dan cobijo, ánimos, paciencia, y toda la fuerza, todo el amor, toda la alegría, que en ellos rebosa, y a los demás les falta.
Va por ti, padre. Va por ti, pequeña Nedea. Y va por mí, que, a veces, me ayudo.

domingo, 10 de febrero de 2013

Mendigos por los Tejados

Esta noche podría escribir sobre el cielo que no es azul,
sobre el sol que no quema, que no brilla,
esta noche podría escribir sobre todos los sueños
a los que tengo que renunciar cada día,
sobre los juegos que se quedan guardados en una caja,
llenándose de polvo y soledad.

Esta noche, como Neruda, podría contarte
todas las ilusiones que llevo dentro,
siempre conmigo, que no encuentran su lugar.
Como confeti sin navidad, como una copa sin vino,
o una vela sin encender. Perfecta, entera,
y olvidada.

Esta noche eterna, de domingo de madrugada,
en la que el encanto se duerme en mi boca,
hubiese querido hacer florecer  una sonrisa,
hubiese querido convertir mi hábitat en primavera,
esquivar este frío helado al calor de un té de cardamomo,
olvidar que hubo un ayer, y que el presente se hubiese quedado conmigo.

Esta noche, que no está el hombre de la gabardina,
que el invierno se fue con sus cuerdas de vaho,
que desaparecieron los jardines en el mar,
y ni siquiera se quedaron los fantasmas que antes venían cada noche a visitarme,
y los extraños tesoros duermen arropados bajo el manto estrellado,
con Carlo y Rocamadour.

Puedo escribirte los versos más tristes esta noche,
ahora que te recuerdo sentado en mitad de las escaleras,
desde la mirilla desde la que observé por primera vez,
en la noche que bailé bajo la mirada de la catedral,
cuando me esperaban otros ojos, pero yo volaba lejos,
con otras alas,  porque ya te había elegido a ti.

Puedo dejar salir esta noche a los mendigos
que suspiran por los tejados,
deseosos de despertar su aliento.
Puedo susurrar los versos más tristes esta noche,
porque el encanto se duerme entre mis dedos,
que quisieran acariciarte con cada palabra que escribo.