martes, 21 de agosto de 2018

Y llegas hasta aquí

Te impacientas mientras te lías un cigarrillo, son las 23:15 de la noche y te has propuesto escribir mientras escuchas I can see Elvis de los Waterboys. Te sientes tan rara ante este familiar teclado del que antes brotaban las palabras desde tus dedos, y ahora miras la pantalla vacía y se ha convertido en todo un desafío.
¿Sobre qué coño escribir? Tal vez sobre este verano que ves terminando en una vorágine ruinas, sinsabores y aventuras. Pero no quieres reflexiones vanas y aburridas.
Y empiezas de nuevo a mirar a tu alrededor, ya has caído en la trampa del autobloqueo. Sobre qué escribir. Lo que querrías es escribir sobre el presente, sobre tu casa vacía desde la que miras al cielo sin ninguna estrella, que hoy es todo oscuridad mezclada con las luces de farolas, la buena música y el ventilador que no ha dejado de dar vueltas en todo el día.
Hoy has pasado la tarde saltando de una lectura a otra. Has decidido que por el momento no quieres estudiar la carrera de psicología pero sí quieres ser autodidacta, así que intentas engancharte a un libro sobre psicopatología, pero lo dejas en el primer tema, porque hace un recorrido histórico sobre lo que se consideraba locura en la época de los griegos, donde ya se pensaba en posesiones demoníacas y se conviritó en tema principal en la Edad Media. Pero tú quieres llegar ya a la meta, y al mismo tiempo te repele la idea de convertir ciertos comportamientos en patología. Aparece la histeria femenina freudiana y terminas por cerrar el libro. Pero justo antes, descubres a un romano del siglo XV que escribió un libro en defensa de la mujer, pero nadie le tomó en serio porque era animista y creía en la magia oculta. Se llamaba Cornelio Agrippa. Su libro era Declaración de la preeminencia del sexo femenino. Lo guardas, pero no lo lees.
Después encuentras Suave es la noche, ese libro que dejaste por la mitad en una época convulsa y ahora te trae la nostalgia y piensas que tal vez éste sea el momento de retomarlo. Pero sigues buscando. Y encuentras el blog de alguien que conoces y que le pasaba un poco como a ti, que había abandonado su blog y no sabía cómo retomarlo. Y te pasas la tarde leyendo su blog, como una inspiración. Como el hermanamiento que necesitabas para salir de ese bloqueo ante la exigencia de escribir algo grande. Esa persona cuyos libros devoras, sobre todo el último, ese que también te agitó cuando lo leíste y te llamó a volver a escribir, pero te resististe una vez más. la embriaguez de su lectura duró poco en ese impulso, pero sí mucho en tu interior. Ese libro fue El dolor de los demás, de Miguel Ángel Hernández Navarro. Escribes en segunda persona en honor a una de sus reflexiones acerca de la cercanía y lejanía consigo mismo al escribir. Yo, tímidamente, aún escribo en segunda. No me atrevo aún a dar el salto al abismo que da vértigo.
Y llegas hasta aquí. Y no puedes seguir escribiendo. Porque si sigues, volverás a escribir sobre lo que siempre solías escribir. O aún peor: te bloquearás.

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