lunes, 21 de octubre de 2024

Demasiado tarde

Comencé el día con lobos en mi espalda, con plomo en las piernas y sin muchas ganas de salir al mundo. Me lo pensé muy mucho pero sabía que tengo que obligarme a cumplir responsabilidades, aunque en mi mente algunas de ellas no tengan mucho sentido. Por suerte al poco esas sensaciones cambiaron y me sentí con algo más de fuerzas para sobrellevar el día. Me puse muchas mentas en mi mente, muchos cambios que quiero hacer porque me siento avocada a unas rutinas que no me hacen bien, y no me reconozco. Intenté hacerlo desde la calma, desde el cariño, y darme muchos ánimos y dejar de ser tan dura conmigo. Es como ir a ciegas cuando intentas ver el mundo de un color tan diferente al que sueles verlo. Hacía buena mañana, había mucho sol. Se supone que iba a pillar mucho tráfico al llegar a la autovía, pero lo que vi fue, nada más llegar, un trágico accidente donde al menos habían implicados tres coches y un camión. Vi a una mujer angustiada, desesperada; y me obligué a sentirme afortunada por no formar parte de esa tragedia. Sé que suena mal, pero esa no es la idea. Después di dos clases, de la asignatura donde no se hace nada, y yo intento entretenerlos como sea para que se porten lo mejor posible. Lo he conseguido en el primer caso, pero ni metiéndoles suspense y adrenalina por las venas a veces es suficiente para conseguir amedrentarlos. No sé si es que no sirvo para ser un sargento, o simplemente no sé leer en sus caras qué es lo que cada uno necesita para bajar la guardia. Siempre me juzgo y paralizo pensando que soy una estafadora por recurrir al cine cuando no hay programación en una asignatura, y siento que los demás lo hacen mejor todo que yo. Sí, ese es el gran apoyo que suelo recibir de mí misma, así de perdida me siento en este mundo. En la segunda clase he tenido que tener bastante más paciencia, aun a sabiendas de que podría haber sido mucho peor, porque no eran demasiados y además se frenan, aunque solo sea momentáneamente. Y no paraba de pensar en lo poco que nos han enseñado a lidiar con todo eso, en las expectativas tan diferentes que te creas al estudiar una carrera como filosofía. Bueno, y en las expectativas que siempre me ha generado la vida, y probablemente sea lo que más daño me haya hecho. Eso, o no haber sabido, o podido, cumplirlas debidamente. También le he contado a mi compañero mis diatribas con esta nueva persona que estoy conociendo. No me ha quedado claro lo que pensa, más allá de que es bueno ser independiente y de que le da mucha pereza pensar en conocer a alguien de cero. Pues claro, amigo; a mí también. Pero en mi rueda de la vida, o me arriesgo o me quedo muerta en vida. Voy buscando la seguridad y la estabilidad pero los caminos cada vez se me hacen más estrechos. Y sé que tengo dos formas de afrontarlo: o adaptarme a lo que tengo e intentar mejorar conmigo misma, o mandarlo todo al carajo, como hago siempre, y quedarme con la sensación de fracaso. Pues sí, quiero protegerme, pero también que me protejan. Aunque, seguramente, para eso último, ya sea demasiado tarde.

domingo, 13 de octubre de 2024

Seguramente

Seguramente, todo este amor que te doy sin que me lo pidas, sin que yo sea del todo consciente, tiene que ver con una parte de mí que se rebela contra toda hostilidad, contra toda piel dura que pugna por salir de una vez. Limpia, sin fisuras. Seguramente, y por supuesto, soy humana, demasiado huamana; y, por alguna razón, tú me despiertas un corazón nuevo que solo quiere jugar de la forma más inocente posible, y lo único que tengo claro es que quiero dejar de maltratarme. Quiero dejar de despertarme cada mañana sintiéndome la persona mas miserable del mundo, porque tengo demasiados motivos para quererme bien, y darme tregua, de una vez. Por mucho que busque fuera, Y por mucho que sepa que ando perdida, como hace veinte años. Pero si hay algo que me merezco y no otra cosa es ver mi mundo y mi vida desde otra perspectiva, porque nadie dijo que tuviese que ser perfecta y, como todos los demás, merezco ser perdonada, ante todo, ante mí misma. Y, la verdad, es que hoy me caigo mucho mejor que ayer, y por una vez no hago caso a esas voces que me dicen: Elia, todo mal. Ya no siento vergüenza de mí misma, seguramente porque jamas merecí sentirla y me alegro por ti porque me has conocido porque siento que aporto luz, ilusión y amor a tu vida, y si no es así, si para ti no fuese suficiente, entiendo que mi niña y yo tenemos mucho que decir

domingo, 3 de enero de 2021

Un parque de bomberos

Viajo en un autobús con un destino errado, con la esperanza de encontrar el camino a casa. Cuando bajo todos los caminos me son familiares, y al mismo tiempo extraños. No consigo dar con el sendero que me lleve al hogar, y mientras tanto recuerdo con dulzura todo aquello que no te he dicho, la despedida que nos une y que no sé asir ahora en mi memoria, pero que de alguna forma me reconcilia contigo, y conmigo. Lo que me habría gustado y nunca fue. En ese sueño en que asumo la realidad y puedo recrearme en recuerdos que nunca se han realizado contigo. Y siento la tentación de escribir, con esta angustia que suele aletargar mis dedos y dejar que mueran en un cajón, recordando a Alejandra Pizarnik, que se hermanó con su tristeza a través de esos dedos, y yo ni siquiera me permito ese consuelo. Mis sueños representan de forma cruda lo que significa la vida para mí, esa búsqueda angustiosa en la que mi brújula da vueltas alrededor de mi morada sin llegar a encontrarla nunca, desechando los caminos que ya he transitado alguna vez y hoy me son extraños.

domingo, 13 de diciembre de 2020

Y eso fue lo que pasó

Quién me iba  a decir que leyendo Y eso fue lo que pasó he sentido en su totalidad lo que debí haber captado interpretando La más fuerte de Strindberg, un monólogo de veinte minutos que espera ser el final victorioso de una batalla vacía. Batalla que era el sentido de la vida de la protagonista, de las vidas de las mujeres: la batalla por el amor de un hombre. Yo no entendía a aquella mujer despechada que culpaba a otra mujer de su vida desgraciada. Pensé que era normal esa visión femenina distorsionada porque estaba construida desde la mirada de un dramaturgo que solo podía contemplar desde fuera. Pero Natalia Ginzburg te lo advierte en el prólogo: escribir no es el alivio que una espera por una vida vacía, consumida en una búsqueda y una desazón interminable, marcada por el deseo de ser querida por encima de todas las cosas y la competición desesperada por conseguirlo. Natalia escribe el final perfecto para La más fuerte.  

viernes, 1 de mayo de 2020

Desert Raven

La pasión debería ser como una amalgama de risas que se evaporan y que dejan huella a su paso sin darnos cuenta, debería quedarse marcada y poder volver como si fuese una agenda en la que consultar un anhelo, una emoción,  así veo todo el arte del mundo, como emociones que cobran vida y belleza y no tendría por qué esforzarme en hacerlo salir. Me encanta tener que parar de intentar explicar un color a un ciego para mirarte bailar y hacerme reír, y desconcentrarme de mi vuelta a querer dejar piedra de Sísifo una vez más. No quiero ser vosotros, solo quiero llegar al lugar donde ver qué os ata al mundo, qué os hace entender su lenguaje, desprenderos de esa piedra y salir en forma de risa que no se evapora.

jueves, 30 de agosto de 2018

la mano amiga

Hay veces que en el camino se hacen trazas, se hacen lagos donde pasear es menos doloroso, menos transitado y más armonioso. Mi camino ahora es un tanto oscuro, no tan solitario pero un poco triste. A veces me da miedo quedarme sola en la parada, pasar demasiado tiempo dentro de mis pesadillas sin encontrar tregua ni consuelo. A veces lloro cuando se me hace demasiado estrecho, demasiado largo, demasiado inhóspito y desolado, porque tengo esa punzada que no me deja andar con calma. Pero entonces oigo tu voz, la que me relaja. Esa voz que debería ser mi yo desde dentro, hablándome, porque en medio de mi tragedia imaginaria de repente me sale la risa, porque tu ternura me acaricia sin que llegues a tocarme. Cuando me ves llorar y dices "si duele, cura". Y por una vez me siento arropada. Empiezo a decir en voz alta las frases trágicas sobre el camino que me espera. Y la voz ríe y grita: EEERRORRRR. de una forma en que también mi risa estalla. Si no fuera por esa voz sabia, si no fuera por esa mano amiga, mi camino seguiría siendo insondable y neutro, pero mis monstruos se habrían hecho con él hace tiempo.
Tengo tanto que agradecerte, que prefiero seguir escuchando.

martes, 21 de agosto de 2018

Y llegas hasta aquí

Te impacientas mientras te lías un cigarrillo, son las 23:15 de la noche y te has propuesto escribir mientras escuchas I can see Elvis de los Waterboys. Te sientes tan rara ante este familiar teclado del que antes brotaban las palabras desde tus dedos, y ahora miras la pantalla vacía y se ha convertido en todo un desafío.
¿Sobre qué coño escribir? Tal vez sobre este verano que ves terminando en una vorágine ruinas, sinsabores y aventuras. Pero no quieres reflexiones vanas y aburridas.
Y empiezas de nuevo a mirar a tu alrededor, ya has caído en la trampa del autobloqueo. Sobre qué escribir. Lo que querrías es escribir sobre el presente, sobre tu casa vacía desde la que miras al cielo sin ninguna estrella, que hoy es todo oscuridad mezclada con las luces de farolas, la buena música y el ventilador que no ha dejado de dar vueltas en todo el día.
Hoy has pasado la tarde saltando de una lectura a otra. Has decidido que por el momento no quieres estudiar la carrera de psicología pero sí quieres ser autodidacta, así que intentas engancharte a un libro sobre psicopatología, pero lo dejas en el primer tema, porque hace un recorrido histórico sobre lo que se consideraba locura en la época de los griegos, donde ya se pensaba en posesiones demoníacas y se conviritó en tema principal en la Edad Media. Pero tú quieres llegar ya a la meta, y al mismo tiempo te repele la idea de convertir ciertos comportamientos en patología. Aparece la histeria femenina freudiana y terminas por cerrar el libro. Pero justo antes, descubres a un romano del siglo XV que escribió un libro en defensa de la mujer, pero nadie le tomó en serio porque era animista y creía en la magia oculta. Se llamaba Cornelio Agrippa. Su libro era Declaración de la preeminencia del sexo femenino. Lo guardas, pero no lo lees.
Después encuentras Suave es la noche, ese libro que dejaste por la mitad en una época convulsa y ahora te trae la nostalgia y piensas que tal vez éste sea el momento de retomarlo. Pero sigues buscando. Y encuentras el blog de alguien que conoces y que le pasaba un poco como a ti, que había abandonado su blog y no sabía cómo retomarlo. Y te pasas la tarde leyendo su blog, como una inspiración. Como el hermanamiento que necesitabas para salir de ese bloqueo ante la exigencia de escribir algo grande. Esa persona cuyos libros devoras, sobre todo el último, ese que también te agitó cuando lo leíste y te llamó a volver a escribir, pero te resististe una vez más. la embriaguez de su lectura duró poco en ese impulso, pero sí mucho en tu interior. Ese libro fue El dolor de los demás, de Miguel Ángel Hernández Navarro. Escribes en segunda persona en honor a una de sus reflexiones acerca de la cercanía y lejanía consigo mismo al escribir. Yo, tímidamente, aún escribo en segunda. No me atrevo aún a dar el salto al abismo que da vértigo.
Y llegas hasta aquí. Y no puedes seguir escribiendo. Porque si sigues, volverás a escribir sobre lo que siempre solías escribir. O aún peor: te bloquearás.