Echo de menos la claridad de cuando se tiene un espíruto transparente, joven, aún por llenar. Cuando puedes ver el mundo con más objetividad, antes de entrar en el mundo del viento donde te das cuenta de lo mal que hemos diseñado el mundo, lo difícil que nos hemos puesto una meta que debería ser tan básica y normal, como es la independencia, la utilidad, la autosuficiencia, la autorrealización. Mientras el pobre tercer mundo agoniza, nosotros estamos enfrascados en nuestros microproblemas. La situación del mundo es un reflejo de lo que somos nosotros. Dado que no sabemos cuidar de nosotros mismos, tampoco podemos ayudar, ni salvar, a los más débiles, los que están peor que nosotros. Y eso se traduce a cada situación social, de lo más básico a lo más complejo. Si partimos de esa base tal vez puedas entender por qué una se pierde en ese vendaval, por qué yo ya no sé cuál debe ser mi brújula. De pequeña sabía que quería ayudar, que quería que no hubiese hambre, que los animales no sufrieran, veía las cosas tan claras. Tenía tanta sensibilidad. Pero este mundo nos contamina, y tal vez tendríamos que hacer como Nietzsche e irnos a vivir a una montaña, solos, un tiempo, para recobrar toda esa lucidez que la mayoría hemos perdido. Somos incapaces de entendernos entre nosotros. No hay bases desde las que partamos todos, para mejorar, para avanzar.
Claro que hay cosas que nos apasionan, pero eso no es suficiente, no para mí. no como yo lo veo. Yo necesito sentir que hay algo, que hay un Sentido detrás. Que con mi vida contribuyo a que la tierra mejore, que sea más habitable. Y hemos construido un mundo en el que ser útil es el privilegio de unos pocos, donde tienes que pelear por las cosas más básicas.
Lo único que no se lleva el viento en mi vida, es el amor que proceso y que me procesan los demás. El sentido viene acompañado por la calidez de mis raíces. Raíces de las que no quiero depender, raíces a las que quiero ayudar. Mi corazón se colma y se ofrece con suma facilidad, y tengo un radar para las personas que tampoco saben cuidar, que se perdieron, pero ellos ni siquiera lo saben. Y tal vez yo deba tomarlo todo como viene, pensar que ese es mi papel, ayudar, porque de otro modo no (ha) lugar para ser siempre un imán. Estoy rodeada de luceros y lucecitas. Mi Ardid, mi abuela Remedios, se está haciendo cada día más pequeñita por fuera, pero me acompaña siempre por dentro, quiero aprender su idioma, aprender a tener su fuerza, dejarla salir de dentro de mí, porque sé que la llevo. Ella es mi raíz, y yo sólo tengo que escuchar con el corazón, con su querido corazón, que es fiel, servicial, el corazón de una leona que cuida de sus crías. Fuerte, superviviente, poderosa, risueña, se ríe de sí misma. No sabe hasta qué punto la llevo conmigo. No sabe hasta qué punto siento no estar a la altura, perdida en este pantano, y viendola desde abajo, como una estrella polar.
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