Fue fácil de repente para mí dejar que me asfixiara el cieno ajeno,
fácil respirar aire puro en un lugar inexplorado, dejar de repente de
sentir que el mundo era pequeño, finito, vacío, frustrante, y que yo
formaba parte de forma impepinable. Ver todas las posibilidades a mis
pies, la inocencia que vuelve, que da saltos en el aire, se sienta y se
vuelve a poner de pie, llorando de risa y verlo todo como desde fuera,
relativizando, haciéndolo todo más sencillo para mí. Entendiendo cuánto
tengo que entrenarme aún, para comprender que he de conseguir que en mí
se quede este verano invencible, aun cuando fuera a veces todo pugne por
darme frío y el invierno atroz amenace, pero disimule y no se haga
responsable. Ya no quiero pensar más si es imaginario, justificado,
inintencionado; solo quiero seguir mirando hacia ese mar que me
acompaña, que me espera, al atardecer que me serena y perdonarme si
alguna vez falto a mi promesa y vuelvo a sentirme vulnerable, a sentir
que el invierno arrasa todo mi verano, a necesitar una chaqueta ajena
para abrigar mi alma. Aprenderme de memoria todas y cada una de las
cosas que tengo, que soy, enumerarlas mientras tiemble. Que ya aprendí a
ser como el niño de Kim ki duk, a ponerme una piedra para enteder y
pagar cómo sienten los otros; a entender, como Old Boy, que hay que
seguir sin preguntarse, y, como Stoker, aceptar la propia rareza, la
propia esencia. Porque Camus ya lo predijo, y hasta el cine está de mi
lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario